El Colegio Profesional de Educadoras y Educadores Sociales de la Rioja,CEESRIOJA, asistió ayer a la I gala Fray Vicente de Santo Domingo, en conmemoración del V centenario de su nacimiento como el primer maestro de sordos. Gala organizada por Cadena Ser en colaboración con el Excmo. Ayto de Santo Domingo de la Calzada.
Nos congratulamos por el premio a la labor de la asociación de las personas sordas de la Rioja por su labor incansable para lograr una inclusión real y efectiva para las personas con discapacidad auditiva en nuestra región y agradecemos la invitación.
El pasado 9 de octubre, se celebró las V Jornadas de La juventud bajo el tema «La vida digital de la juventud ¿La entienden los adultos? con la colaboración de Cadena Ser La Rioja, el ayuntamiento de Logroño, Parlamento y Comunidad de La Rioja y nosotros, el CEESRIOJA.
Durante toda la tarde expertos en la materia hablaron y expusieron proyectos, y nuestro vicepresidente, Juan Latasa participó en la mesa redonda con el tema «La construcción de una identidad digital,la educación en jovenes y familias».
Este domingo 9 de octubre se emitió en Cadena Ser La Rioja un nuevo Podcast «Las Relaciones Intergeneracionales» dentro de nuestra sección Aprende a Convivir donde Regina y Carolina junto a Juan Latasa, vicepresidente del CEESRIOJA contaron sus experiencias intergeneracionales.
Ayer, 29 de septiembre se publicó en el periódico El Día de La Rioja la entrevista a nuestra presidenta Laura Cañas donde planteaba mejorar el sistema de protección de menores tutelada.
El Colegio Profesional de Educadoras y Educadores Sociales de La Rioja informa de la publicación de un manifiesto en el que defendemos la escuela como espacio de convivencia, respeto e inclusión, tras la reciente noticia sobre la prohibición del uso del velo en un instituto de Logroño.
Junto a este manifiesto, compartimos también un cuento escrito por Juan Latasa, que invita a la reflexión sobre la diversidad, la libertad de conciencia y el valor del diálogo en la comunidad educativa.
Ambos textos refuerzan nuestro compromiso con una escuela riojana plural, democrática y justa, que garantice los derechos fundamentales de todo el alumnado.
CUENTO DE JUAN LATASA.
En el Instituto Valle del Ebro convivían estudiantes de muchos orígenes distintos. En las aulas de 1o a 4o de la ESO había chicas que llevaban hijab y otras que no. Algunas lo hacían porque lo sentían como parte de su cultura, otras por convicción religiosa, y también había quienes lo usaban porque sus padres lo exigían. Mientras tanto, la mayoría de sus compañeras y compañeros, de familias cristianas, agnósticas o sin interés en la religión, no llevaban ningún símbolo especial.
El problema apareció cuando la directora recordó que el Reglamento de Organización y Funcionamiento del centro prohibía cubrir la cabeza dentro del aula. La norma estaba pensada para evitar gorras y capuchas, pero ahora se aplicaba también al hijab. Amina, de 3o de la ESO, se negó a quitárselo: “Es parte de quién soy”, dijo en voz baja, mientras algunos compañeros la miraban con curiosidad y otros con incomodidad.
El claustro convocó un consejo escolar extraordinario. Allí, los profesores debatieron sobre la dignidad de la persona y la libertad de conciencia, recordando lo que dice la Constitución: que cada estudiante tiene derecho a expresarse y a mostrar su identidad. Algunos insistían en que las normas eran iguales para todos. Otros, en cambio, creían que la escuela debía enseñar también a respetar las diferencias.
Un día, durante el recreo, se organizó un círculo de diálogo con alumnado de todos los cursos. Paula, que no practicaba ninguna religión, levantó la mano y dijo: “Para mí el hijab es como un símbolo. No lo entiendo, pero respeto que Amina lo lleve si ella quiere. Lo que me molestaría es que la obligaran”. Sofía, cristiana, añadió: “A veces también me han mirado raro por llevar una cruz en el cuello. Al final, se trata de dejar a cada uno ser como es”.
Entre dudas y tensiones, el grupo descubrió algo importante: no todas las chicas con velo lo llevaban por las mismas razones. Algunas, como Samira, explicaron que era su decisión personal. Otras, como Hajar, confesaron que lo hacían porque su familia se lo pedía. Y también estaban quienes lo usaban como un gesto de pertenencia a su cultura, sin una intención religiosa clara. El debate se llenó de matices.
El instituto acabó aprobando un acuerdo: la norma general de no cubrir la cabeza se mantendría para gorras y capuchas, pero se haría una excepción con el hijab, reconociendo la libertad de conciencia y el derecho a la identidad personal. Eso sí, también se reforzarían las tutorías y el acompañamiento, para garantizar que el uso fuera siempre voluntario.
Aquella tarde, cuando Amina cruzó el pasillo con su hijab azul marino, sintió que la miraban de otro modo: ya no como una rareza, sino como alguien que había abierto una conversación difícil, pero necesaria. Al fin y al cabo, en el instituto se aprendía no solo matemáticas o historia, sino también a convivir, y esa lección era quizás la más valiosa de todas.